Recuerdo que cuando la ví por primer vez quedé impresionado. Obviamente,  Nosferatu (1922) de Murnau es un clásico por méritos propios, aunque las vicisitudes y características que rodean esta cinta de cine mudo la alejan un tanto del mainstream, si me permiten el palabro inglés. Años antes había podido leer Drácula, de Stoker, siendo apenas un chaval, y como se pueden imaginar, me gustó mucho, a pesar de lo terrorífico que resultaba el relato. Nunca he dudado que Nosferatu es la mejor y más lograda transliteración de la sobrecogedora obra de Stoker. Ya saben ustedes que Murnau se vió obligado a cambiar los nombres y demás en su película, ya que su estudio no logró hacerse con los derechos de la obra, y con todo, se ganó una demanda de la viuda de Stoker, por entonces propietaria de los derechos de la novela, que estos pobres diablos perdieron, viéndose obligados a destruir todas las copias de la peli por orden de un juez. Afortunadamente, algunas sobrevivieron a la quema y han llegado hasta nosotros para deleite de todos y a mayor gloria del séptimo arte. Si alguien le hubiera dicho a la celosa viuda de Stoker lo que vendría después derivado de la obra de su difunto marido, habría entronizado al pobre Murnau y convertido en su albacea y amante.
Sí, porque el mito del vampiro está mas vivo que nunca, para desgracia del propio mito, que se ha desdibujado con el tiempo para llegar a esto:
Y yo les pregunto, ¿qué ha ocurrido para trasmutar el horrible y desgarbado monstruo que es Nosferatu y/o Drácula en este apuesto y apolíneo Edward Cullen? Pues aparte de la hábil componenda de marketing, que no criticaré porque se me antoja inteligente, lo que hay es una banalización del concepto de eternidad o inmortalidad. Si se tornaba evidente en la obra de Stoker la conciencia cristiana que permea sus líneas, en esta saga moderna ha desaparecido, reconvertida en un mero reflejo de una sociedad adormecida por los placeres terrenales que se consiguen sin aparente menoscabo de conciencia ni contraprestación alguna. Sociedad epicúrea y narcotizada que queda ensimismada por un inmortal y hercúleo adonis que es capaz de fornicar con asombrosa e incansable potencia. Esto vende, está claro. Ojo, no crítico la obra literaria ni cinematográfica derivada de este fenómeno, no soy quien para hacerlo con propiedad… aunque no me guste nada.
Y sus autores olvidan u obvian deliberadamente lo parte más terrorífica del mito del vampiro, lo que verdaderamente produce terror, que no es otra cosa que la inmortalidad. No soy capaz de concebir algo más aterrador que el concepto de eternidad carnal (tampoco espiritual, mucho más estrechamente relacionada con la religión, y que me resulta inaprensible), de ahí que la concepción monstruosa y desgarbada de Nosferatu me pareciera entonces y ahora la más fiel transliteración jamás convenida del mito.
Trasmutar el monstruo en adonis, la horrible inmortalidad en la banalidad de sexualidad desbocada, es un mensaje que esta sociedad que vivimos trasmite y alguien tendrán que descifrar adecuadamente. Alguien más inteligente que un servidor. En cierta medida, por ello, este Edward Cullen me produce más miedo que el pobre Nosferatu.
Que el diablo lo lleve.

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