Yo aprendí a jugar jugando, como aquel que dice. No leí reglamento alguno, ni recibí sesudas sesiones de aleccionamiento militar: simplemente me sentaron a la mesa y comencé a jugar. Es tan sencillo, que muy pronto ya sabes de qué va todo. Y más tarde te lees los manuales y completas las posibles lagunas, dudas y demás. Ya está. Así de sencillo. Recuerdo entonces que para mí era como jugar al Imperio Cobra pero sin tablero. Uno sólo tenía que hacer por imaginarse a los hombres serpiente en su misterioso templo de la Isla Cobra, o el cíclope de la selvática Khytya, o cómo diántre sería encontrarse al gran dinosaurio del abrasador desierto de Vendha. Era jugar sin el tablero colorido, sustituyendo todo esto por la imaginación. Algo que, como zagales, hemos hecho desde bien temprana edad, y que nos resulta natural, a poco que se intente. No hay misterio en ello.

Así con todo, comenzamos a jugar a rol, a nuestro amado D&D, y hacíamos otras muchas cosas, no sólo rol, por supuesto, jugábamos al fútbol, a darnos mamporros, a correr y trotar por ahí, a las cartas y juegos de mesa, tontear con las chicas. En fin, lo normal en zagalones.
Luego los juegos de rol comenzaron a diversificarse, llegaron nuevos reglamentos y nuevos jugadores, no muchos la verdad. Con cada novedad, aparecían los teóricos, cada día más misteriosos, dando a entender cosas recónditas donde no las había. Para este tipo de personas, jugar a rol era como una especie de rito oscuro y complejo, que precisaba de especiales condiciones y aptitudes. Algunos se travestían de lo que no era, como esos moteros de fin de semana que se echan encima del traje parches y cueros, para montarse en la moto reluciente de cromados y accesorios. Y luego resulta, que te acercabas con disimulo a las mesas de juego donde estaban los iniciados molones, con sus vampiros de medio pelo, y lo que hacían era exactamente lo mismo que nosotros, salvo que tiraban muchos más dados. Y aún así, nos miraban por encima del hombro. Pero bueno, nosotros continuábamos imaginando nuestros sencillos pasadizos con esqueletos y trampas de pinchos, a lo nuestro. Cuando alguien se acercaba, simplemente lo sentábamos a la mesa con nosotros y lo poníamos a jugar. Otros no lo hacían así, poco menos debían de superar los doce trabajos de Hércules para ser aceptados. Y podías flipar si escuchabas lo que para muchos significaba jugar a rol, como algo sólo apto para una selecta minoría, cultivada y chachi. Aunque era fachada, porque muchos de ellos eran unos iletrados zoquetes, que se creían mejor que tú, una especie de sir Laurence Olivier del rol, con su aura de teatrillo improvisado.
Y así estuvimos mucho tiempo, a pesar de que los mostrencos sectarios eran minoría, y todos los demás, jugando a lo que se diera, sin distingos ni reparos, estaban en nuestra línea, jugaran a Vampiro, D&D o el sursum corda. Nadie te hacía pasar exámenes, nadie te consideraba más avispado, guay o inteligente por jugar a rol. Nadie hablaba de cultura, arte y demás cuando jugábamos, ni te daba lecciones de literatura clásica, ni te obligaba a estudiar el método Stanislasvki, como una Stella Adler de trapillo. Coño, yo he tenido jugadores en mi mesa que no se han leído una novela en su vida, y jugaban mejor que muchos eruditos melenudos que te daban la brasa con historias peregrinas de mear y no echar gota. El caso es que nosotros respetábamos a todo Dios, y teníamos que aguantar esa incipiente camarilla de jugadores endiosados y teóricos minusvalorando tu diversión.

Luego llegaría la Red de Redes y la cosa fue a peor, porque aquellos que más descollaban entre los despabilados, se juntaron en oscuros cenáculos, a tirarse los trastos a la cabeza, como habían hecho antes en los subterráneos de las incipientes tiendas especializadas. Recuerdo con pavor las discusiones bizantinas en el sótano de la primigenia Generación X de Galileo. Y aún hoy siguen así, aunque todo más chachi piruli, internacional y mostrenco a su manera. Ahora todo es arte y poesía, cultura guay, espíritu zen y hipsterismo de pijama y orinal. Pero bueno, ¿saben una cosa? Es más de lo mismo, y los que llevamos aquí ya su tiempo, lo hemos visto todo ya. ¿Y quieren saber otra cosa? Esta es la actitud, la vieja e infame pose, que nos ha dejado en el minúsculo nicho que hoy aún ocupamos. Ése aire altivo y misterioso en el que muchos se han envuelto para jugar a rol, que es un juego en esencia tan sencillo como el parchís, sino más. Y seguimos erre que erre. Aún intentando explicar lo que es. ¿Cuántas veces hemos atendido a la típica conversación donde otro aficionado trata de explicar todo esto a un lego y nos hemos echado las manos a la cabeza de puro asombro? A mí todavía me pasa. Me pasa sí, cuando leo las idas y venidas de los teóricos, hoy y mañana: el Big Model, la Teoría de los Canales o la Escuela de Turku, el sempiterno Baker y el D&D que nos es un juego de rol, entre los más recientes hits chorras. Y les voy a decir más, porque lo he vivido y lo sigo viviendo (ahora lo podemos ver en directo, con los nuevos hang outs), al final, todos estos juegan a lo mismo, y hacen las mismas cosas que hacíamos hace 20 años, salvo que lo hacen envueltos aún en el paño del púlpito, como aquellos bizantinos encocorados de los oscuros y apestosos sótanos de las tiendas especializadas de los 90.

Cada vez que escucho lo de la GNS esa saco la pistola.
Y como ejemplo de lo que digo (hay muchos más en la Red, diariamente y en esta misma línea), aquí tienen el extracto, sacado de un artículo que me llega en G+, donde un gachó nos trata de explicar de qué va esto del rol o no sé qué. Literal:

Imaginemos que este mundo es una gran partida de Rol, despiadada e inclemente, donde un máster endiosado teje una partida tan conceptual como la vida misma. En esta línea de pensamiento, no podemos afirmar que el máster sea omnipotente, sino, en todo caso, es un súbdito plenipotenciario de unos hados más superiores que él. Estos hados, tan terriblemente poderosos son, que limitan los poderes del Todopoderoso, otorgando sentido a una frase como ésta que a mentes pardas parece del todo incongruente.
Los hados representan el ‘manual de juego’ de Dios, ellos son ineluctables, incorruptos y se hacen llamar Física y Química en su profundidad más indescifrable. Ambos hados juzgan, rechazan o consienten las veleidades de un Dios, basándose en la Lógica. Una lógica que, para mayor escarnio, representa una Deidad dogmática -Y suprema- creada por estos mismos hados.

¡Que los hados nos cojan confesados! La historia se repite, llevamos 20 años dando vueltas en círculos y todavía no hemos abandonado los subterráneos. Nos pudrimos en el nicho, cual vampiros.
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